MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA
JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2018
Domingo 11 de febrero, Solemnidad de Nuestra Señora de Lourdes
JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2018
Domingo 11 de febrero, Solemnidad de Nuestra Señora de Lourdes
«Ahí
tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo
la recibió en su casa» (Jn 19,26-27)
Queridos hermanos y hermanas:
La Iglesia debe servir siempre
a los enfermos y a los que cuidan de ellos con renovado vigor, en fidelidad al
mandato del Señor (cf. Lc 9,2-6; Mt 10,1-8; Mc 6,7-13), siguiendo el ejemplo
muy elocuente de su Fundador y Maestro. Este año, el tema de la Jornada del
Enfermo se inspira en las palabras que Jesús, desde la cruz, dirige a su madre
María y a Juan: «Ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella
hora, el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19,26-27).
1. Estas
palabras del Señor iluminan profundamente el misterio de la Cruz. Esta no
representa una tragedia sin esperanza, sino que es el lugar donde Jesús muestra
su gloria y deja sus últimas voluntades de amor, que se convierten en las
reglas constitutivas de la comunidad cristiana y de la vida de todo discípulo. En
primer lugar, las palabras de Jesús son el origen de la vocación materna de
María hacia la humanidad entera. Ella será la madre de los discípulos de su
Hijo y cuidará de ellos y de su camino. Y sabemos que el cuidado materno de un
hijo o de una hija incluye todos los aspectos de su educación, tanto los
materiales como los espirituales.
El dolor indescriptible de la
cruz traspasa el alma de María (cf. Lc 2,35), pero no la paraliza. Al
contrario, como Madre del Señor comienza para ella un nuevo camino de entrega.
En la cruz, Jesús se preocupa por la Iglesia y por la humanidad entera, y María
está llamada a compartir esa misma preocupación. Los Hechos de los Apóstoles,
al describir la gran efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, nos muestran
que María comenzó su misión en la primera comunidad de la Iglesia. Una tarea
que no se acaba nunca.
2. El
discípulo Juan, el discípulo amado, representa a la Iglesia, pueblo mesiánico.
Él debe reconocer a María como su propia madre. Y al reconocerla, está llamado
a acogerla, a contemplar en ella el modelo del discipulado y también la
vocación materna que Jesús le ha confiado, con las inquietudes y los planes que
conlleva: la Madre que ama y genera a hijos capaces de amar según el mandato de
Jesús. Por lo tanto, la vocación materna de María, la vocación de cuidar a sus
hijos, se transmite a Juan y a toda la Iglesia. Toda la comunidad de los
discípulos está involucrada en la vocación materna de María.
3. Juan,
como discípulo que lo compartió todo con Jesús, sabe que el Maestro quiere
conducir a todos los hombres al encuentro con el Padre. Nos enseña cómo Jesús
encontró a muchas personas enfermas en el espíritu, porque estaban llenas de
orgullo (cf. Jn 8,31-39) y enfermas en el cuerpo (cf. Jn 5,6). A todas les dio
misericordia y perdón, y a los enfermos también curación física, un signo de la
vida abundante del Reino, donde se enjuga cada lágrima. Al igual que María, los
discípulos están llamados a cuidar unos de otros, pero no exclusivamente. Saben
que el corazón de Jesús está abierto a todos, sin excepción. Hay que proclamar
el Evangelio del Reino a todos, y la caridad de los cristianos se ha de dirigir
a todos los necesitados, simplemente porque son personas, hijos de Dios.
4. Esta
vocación materna de la Iglesia hacia los necesitados y los enfermos se ha
concretado, en su historia bimilenaria, en una rica serie de iniciativas en
favor de los enfermos. Esta historia de dedicación no se debe olvidar. Continúa
hoy en todo el mundo. En los países donde existen sistemas sanitarios públicos
y adecuados, el trabajo de las congregaciones católicas, de las diócesis y de
sus hospitales, además de proporcionar una atención médica de calidad, trata de
poner a la persona humana en el centro del proceso terapéutico y de realizar la
investigación científica en el respeto de la vida y de los valores morales
cristianos. En los países donde los sistemas sanitarios son inadecuados o
inexistentes, la Iglesia trabaja para ofrecer a la gente la mejor atención
sanitaria posible, para eliminar la mortalidad infantil y erradicar algunas
enfermedades generalizadas. En todas partes trata de cuidar, incluso cuando no
puede sanar. La imagen de la Iglesia como un «hospital de campaña», que acoge a
todos los heridos por la vida, es una realidad muy concreta, porque en algunas
partes del mundo, sólo los hospitales de los misioneros y las diócesis brindan
la atención necesaria a la población.
5. La
memoria de la larga historia de servicio a los enfermos es motivo de alegría
para la comunidad cristiana y especialmente para aquellos que realizan ese
servicio en la actualidad. Sin embargo, hace falta mirar al pasado sobre todo
para dejarse enriquecer por el mismo. De él debemos aprender: la generosidad
hasta el sacrificio total de muchos fundadores de institutos al servicio de los
enfermos; la creatividad, impulsada por la caridad, de muchas iniciativas
emprendidas a lo largo de los siglos; el compromiso en la investigación
científica, para proporcionar a los enfermos una atención innovadora y fiable.
Este legado del pasado ayuda a proyectar bien el futuro. Por ejemplo, ayuda a
preservar los hospitales católicos del riesgo del «empresarialismo», que en
todo el mundo intenta que la atención médica caiga en el ámbito del mercado y
termine descartando a los pobres. La inteligencia organizacional y la caridad
requieren más bien que se respete a la persona enferma en su dignidad y se la
ponga siempre en el centro del proceso de la curación. Estas deben ser las
orientaciones también de los cristianos que trabajan en las estructuras
públicas y que, por su servicio, están llamados a dar un buen testimonio del
Evangelio.
6. Jesús
entregó a la Iglesia su poder de curar: «A los que crean, les acompañarán estos
signos: […] impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos» (Mc
16,17-18). En los Hechos de los Apóstoles, leemos la descripción de las
curaciones realizadas por Pedro (cf. Hch 3,4-8) y Pablo (cf. Hch 14,8-11). La
tarea de la Iglesia, que sabe que debe mirar a los enfermos con la misma mirada
llena de ternura y compasión que su Señor, responde a este don de Jesús. La
pastoral de la salud sigue siendo, y siempre será, una misión necesaria y
esencial que hay que vivir con renovado ímpetu tanto en las comunidades parroquiales
como en los centros de atención más excelentes. No podemos olvidar la ternura y
la perseverancia con las que muchas familias acompañan a sus hijos, padres y
familiares, enfermos crónicos o discapacitados graves. La atención brindada en
la familia es un testimonio extraordinario de amor por la persona humana que
hay que respaldar con un reconocimiento adecuado y con unas políticas
apropiadas. Por lo tanto, médicos y enfermeros, sacerdotes, consagrados y
voluntarios, familiares y todos aquellos que se comprometen en el cuidado de
los enfermos, participan en esta misión eclesial. Se trata de una
responsabilidad compartida que enriquece el valor del servicio diario de cada
uno.
7. A
María, Madre de la ternura, queremos confiarle todos los enfermos en el cuerpo
y en el espíritu, para que los sostenga en la esperanza. Le pedimos también que
nos ayude a acoger a nuestros hermanos enfermos. La Iglesia sabe que necesita
una gracia especial para estar a la altura de su servicio evangélico de
atención a los enfermos. Por lo tanto, la oración a la Madre del Señor nos ve
unidos en una súplica insistente, para que cada miembro de la Iglesia viva con
amor la vocación al servicio de la vida y de la salud. La Virgen María
interceda por esta XXVI Jornada Mundial del Enfermo, ayude a las personas
enfermas a vivir su sufrimiento en comunión con el Señor Jesús y apoye a
quienes cuidan de ellas. A todos, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios,
imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Vaticano,
26 de noviembre de 2017. Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del
Universo.
Papa Francisco